Hace como 2 o 3 años me corté el pelo a rape y dejé una franja de pelo un poco más largo en medio, al estilo mohawk, solo para cambiar un poco. Esa misma tarde fui a visitar a un sacerdote que conozco y su reacción fue muy explícita: "¡Qué asco!"
El asco es una alteración del estomago causada por algo que nos repugna y nos incita al vómito. No creo que al sacerdote amigo mío en realidad le hubieran dado ganas de volver el estómago, y sin embargo utilizó la misma expresión.
La semana pasada, Sergio de Regules habló sobre este tema en su espacio, Imagen en la Ciencia en el noticiero de Pedro Ferriz, pero no lo escribió en su blog. A falta de tan buen recurso para compartir esta información, me dediqué a comentarlo yo mismo. El tema me pareció muy interesante, entonces me puse a buscar en Google sobre esto, y es por eso que lo estoy escribiendo aquí.
El tema es que Dan Fessler, profesor asociado de antropología y director del Centro de Comportamiento, Evolución y Cultura de la UCLA, diseñó experimentos para averiguar de qué manera el asco protegió a nuestros antepasados para dejar descendencia: "La causa por la que hoy experimentamos asco es que esta respuesta protegió a nuestros ancestros." Sergio de Regules explicaba el viernes pasado cómo la comida que nos causa asco por lo general resulta ser dañina para nuestro organismo, por ejemplo los alimentos podridos o venenosos. El mal sabor u olor que percibimos nos impide comerlos y por ende intoxicarnos. Decía Sergio que esto también aplicaba en los momentos que vemos a alguien que puede parecer tener alguna enfermedad: evitarlos por parecernos desagradables también nos ayuda a evitar contagiarnos, incluso si la enfermedad no es contagiosa o el aspecto corresponde a la reacción ante una alergia o una deformidad, las cuales no son contagiosas. Fressler menciona que también ayudó a que las mujeres embarazadas, que sabemos son más susceptibles a sentir asco, tuvieran descendientes más sanos y embarazos exitosos. Todo esto sustentando el argumento de la evolución: aquellos individuos sin esta protección no llegaban a reproducirse y por lo mismo no somos descendientes de ellos. En su articulo, Survival of the Disgusted, se explican algunos otros experimentos y conclusiones acerca de esto.
Sin embargo la evolución no es 100% efectiva; hay algunos alimentos que no nos generan asco y aun así son dañinos para nuestro organismo, y viceversa, hay muchas cosas que nos causan asco pero que no nos hacen daño, y más aún, algunas que nos hacen mucho bien. Este no es el único problema. También existe otra situación. Algo que no nos es familiar o normal, lo llegamos a ver con cierta repugnancia, y a veces nos puede causar asco. Según explica Fessler, este mecanismo de defensa para nuestros antepasados, pueden llevarnos a promover la xenofobia. Vemos lo que es ajeno y diferente a nosotros como algo desagradable. Algunas conductas también ajenas a nosotros nos pueden parecer asquerosas, sucias. Por ejemplo, la respuesta de mi amigo sacerdote a mi corte de pelo; algo que para él corresponde a ciertas conductas o cierto nivel de educación, sin importar conocer o no a quien use ese corte.
Me pareció muy interesante saber que nuestra respuesta a las apariencias y conductas diferentes a nosotros nos causan repugnancia gracias a una ventaja evolutiva que tuvimos sobre otros individuos en el pasado. Entender esto nos puede ayudar a ser más abiertos de mente; más tolerantes: saber que tenemos muchos instintos y mecanismos de defensa de muchísimo tiempo atrás, pero que ya no nos sirven siempre para las mismas cosas. Conductas, reacciones e instintos vestigiales que bien podríamos aprender a suprimir, por lo menos en los casos que en lugar de hacernos individuos más adaptados, nos vuelven menos aptos para vivir en un mundo multicultural.
Me pareció muy interesante saber que nuestra respuesta a las apariencias y conductas diferentes a nosotros nos causan repugnancia gracias a una ventaja evolutiva que tuvimos sobre otros individuos en el pasado. Entender esto nos puede ayudar a ser más abiertos de mente; más tolerantes: saber que tenemos muchos instintos y mecanismos de defensa de muchísimo tiempo atrás, pero que ya no nos sirven siempre para las mismas cosas. Conductas, reacciones e instintos vestigiales que bien podríamos aprender a suprimir, por lo menos en los casos que en lugar de hacernos individuos más adaptados, nos vuelven menos aptos para vivir en un mundo multicultural.