“Te me haces conocido” me dijeron el otro día, una persona que nunca había visto. Y no era la primera vez. Mi cara es algo así como genérica. Creo que en mi caso Dios no rompió el molde cuando me hizo. Aunque en realidad, no rompió el molde de nada de lo que hizo en el universo, ni siquiera el universo mismo.
Lo dijo Neil deGrasse Tyson: estamos acostumbrados a pensar que somos especiales, pero cada vez descubrimos más evidencia de que no es así. Creíamos que vivíamos en un planeta al que todo el universo le daba vuelta. Luego supimos que no era así, éramos solo un planeta más que le da la vuelta al sol; un sol que creímos: este sí es el centro del universo. Y después supimos que el sol es solo una estrella más en una vasta galaxia, la cual no es única tampoco.
Poco a poco hemos aprendido que lo que nos hacía especiales no es nada especial. Y todavía, la mayor parte del mundo cree que fuimos creados por alguien o algo que nos ama, porque ¿cómo podría ser de otra manera? Si no existe otra especie como nosotros. Aunque lo más correcto sería decir: no conocemos otra especie como nosotros. Y esa es prueba suficiente para dar por hecho que debe de existir algo superior a nosotros que influye o influyó en nuestras vidas. Sin embargo cada "prueba" de que algo sobrenatural exista en realidad es la falta de explicaciones. Antes eran fenómenos cotidianos que desconocíamos sus causas, pero como uno tras otro se fueron explicando: la lluvia, los eclipses, las enfermedades, ahora exigimos respuestas mucho más complicadas con el afán de demostrar que si no podemos explicar algo, es porque debe existir algo sobrenatural y superior a nosotros .
Y aunque uno tras otro, todos los mitos, y todas las dudas se han ido despejando gracias a nuestra propia curiosidad y al conocimiento que creamos, seguimos pensando que forzosamente habrá algo que no podamos explicar y que es ahí donde se esconde Dios (ahí está, ya, lo dije). Al parecer, Dios es simplemente ignorancia. Si no sabemos algo, Dios es la razón. Si no entendemos por qué nos sucede una tragedia, es porque Dios nos está llevando por el camino que él quiere, y que obviamente es lo mejor para nosotros. Si no entendemos por qué nos sucede algo bueno, es Dios el responsable, y nadie más.
En el libro Planilandia, de Edwin A. Abbott, el cuadrado, una figura bidimensional, conoce a una esfera, y esta le enseña que existe una tercera dimensión, que él ignora completamente. La esfera saca al cuadrado de su mundo y le enseña la tercera dimensión. Cuando el cuadrado se da cuenta de que existe algo más de lo que él conocía, deduce que la situación no termina ahí: que debe de haber una cuarta y una quinta dimensión. A esta afirmación, la esfera lo ridiculiza, claro que no hay más que tres dimensiones. La esfera se vuelve cuadrada. Y el cuadrado, al aceptar que lo limitado de su conocimiento no limita la realidad, se convierte en vanguardista, y supera a la esfera.
Antes de llevar al cuadrado al mundo tridimensional, ambos observan el mundo unidimensional. Y luego ven a un punto. El pobre punto no sabe que existe nada más en el universo que él mismo. Incluso cuando escucha al cuadrado y a la esfera hablar, se ríe, porque no puede entender qué puede estar generando un sonido si solo existe él. Y lo dejan para seguir su camino, y ahí se queda el punto, sólo, convencido de que no existe nada más.
Y así creo que nos vemos nosotros muchas veces. Como un punto en Planilandia. Únicos. Pero no. No somos especiales. No somos los únicos. La naturaleza no hace un solo ejemplar de nada. No se rompió ningún molde. Si existe un universo, tal vez existan más universos. Si existe un multiverso, tal vez existan varios multiversos. Y pensando en eso, mi mente llega a un límite, y me doy cuenta que efectivamente, somos un punto nada más; un punto dentro de millones de multiversos.