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Otro personaje que en un inicio parecía secundario, tomó protagonismo rápidamente. Y es que cuando vas a un lugar desconocido, tu primer contacto es alguien conocido. Milena ya era una conocida de su pasado. Ambos eran compañeros de universidad, pero su relación se transformó en Italia. En un lugar desconocido, ella fue un ancla: alguien familiar en medio de lo nuevo. Su amistad, que ya existía, se robusteció exponencialmente, revelando una profundidad que ninguno había anticipado. Milena no solo fue un apoyo durante esos meses; se convirtió en una amiga para toda la vida. Incluso cuando la distancia y el tiempo parecían conspirar contra ellos, las llamadas y las visitas esporádicas mantienen viva su conexión. Milena fue uno de esos regalos inesperados de Italia.
Pronto todos se tomarían confianza, platicando cómo se conocieron unos y otros, aceptándose entre sí al considerar que si ese le cae bien al que me cae bien, lo más probable es que me caiga bien a mí también. A veces celoso de sus amigos (que así era desde siempre), tenía que luchar contra su instinto de posesión; esa idea de querer ser siempre importante para tus amigos y esperar que te den la importancia que crees tener. Y a veces eso no sucede. Tuvo que aprender a no tomar todo personal, pero no lo aprendería ahí, sería mucho tiempo después de regresar de su viaje, por lo que en ese capítulo de su vida sintió rechazo de uno de sus mejores amigos, y de nuevo se sintió decepcionado. Tuvo un momento de flaqueza, su segundo síndrome de abstinencia, y recordó con amargura lo que había sucedido hacía algunos años. Había ido a otro país, igual que como se encontraba ahora, y lo disfrutó inmensamente, razón por la que había llegado tan decidido a hacer buenos amigos en este nuevo viaje; pero luego de algunos meses de haber regresado a su país de origen, el vínculo entre sus personas favoritas de aquel lugar comenzó a desvanecerse hasta quedar en nada. Eso le llenó de pena, porque (como ya les conté) este muchacho era muy celoso de sus amigos y creía que si ellos eran tan importantes para él, debía lógicamente ser recíproco. Entonces le llegó ese mal recuerdo, estando en Italia, y creyó ver el futuro: una amistad totalmente olvidada, deshojándose en un rincón de la vida al que nadie pone atención. Y se sintió deprimido. Sintió que todo eso que estaba viviendo en ese momento no era más que una puesta en escena. Una ficción que desaparecería en el momento en que sus pies pisaran el avión que lo devolvería a su tierra natal.
Su compañero de cuarto, Virgilio, quien mostraba siempre una personalidad banal y fiestera, a veces revelaba empatía y madurez. En esa ocasión vio al muchacho triste y cabizbajo. Tal vez pareciera indiferente en el día a día, pero mostraba una preocupación genuina cuando su amigo no se veía bien. ¿Qué pasa? le preguntó. Sin querer relatar con detalles la razón de su abatimiento, el muchacho solo contestó 'esto no es real, esto que estamos viviendo es falso, la amistad, la alegría, todo es falso'. No es falso, contestó Virgilio. O tal vez sí es falso, así como una despedida de soltero es falsa. No es la vida real que vas a vivir, es una fiesta antes de volver a la realidad. Eso estamos viviendo, una despedida de soltero, y en las despedidas de soltero no desaprovechas oportunidades solo porque vas a regresar a tu vida normal. Así que quita esa cara y disfruta la despedida de soltero. Y eso hicimos.
Y sucedió (como siempre sucede) que dejando ir es cuando encuentras lo que buscas. Otro amigo se acopló al grupo, un belga. Hubo un momento de entendimiento, de reconocimiento entre ellos. Eso que sucede cuando en una platica te identificas completamente con otra persona y sientes una cercanía que no existía. De pronto un chiste se tornó en una conversación, y una canción nueva se tornó en un viaje a Génova para ir a un concierto. Y el muchacho se preguntaba dónde diablos había estado François todos esos meses que llevaban en Italia.
Pero no solo fue que dejando ir llegó una amistad, sino que esa amistad que creía dañada nunca lo estuvo. Lo aprendió ahí, en Torino, pero lo entendió a la perfección años después, meditando sobre sí mismo. (No todas las lecciones fueron aprendidas en el momento en que se vivieron... algunas tardaron en echar raíz. Pero la raíz era italiana). Jordi, el amigo del que se sintió abandonado, nunca lo hizo. Fue solo su percepción (su inmadurez). Al final, cuando volteó a ver el lienzo sobre el que dibujó Torino, estaban todos, con vivos colores, no faltaba ninguno. No se había ido uno para que pudiera llegar el otro. No faltaba nadie, no sobraba nadie. Cada quién tenía un peso especifico, pero no valía ninguno más que otro. Eramos ya familia.
Y de eso han pasado veinte años ya (veinte años y medio si queremos ser estrictos, porque esto lo terminé el 2 de enero de 2025). No hay tantas etapas que recuerde tan frecuentemente como Torino. No hay gente tan lejana a la que piense con tanto cariño. Cada vez es más difícil seguir el rastro de esa familia italiana, a pesar de las facilidades tecnológicas. Debe ser la vida diaria que nos aleja y nos consume. Milena sigue cerca, a pesar de no vernos, las llamadas son frecuentes, y las visitas, muy esporádicas, mas no nulas. A Rapha todavía lo tengo en mi órbita de mensajes de texto y llamadas telefónicas. De los demás sé muy poco. La última vez que hablé con François debe haber sido hace doce o trece años. Pero Torino todavía vive en mi memoria. Leer libros en italiano y ver películas italianas me mantiene presente ahí, de cuando tenía 21 años. Promesas escritas en una libreta que todavía conservo, y sueño con cobrar algún día.
Torino todavía vive en mí. Y en mis nostalgias me gusta pensar que yo vivo en un pequeño rincón de cada miembro de mi familia italiana.