Vivir es existir. Sentir que
pertenecemos a un lugar. Desear que algo suceda, trabajar para obtener algo, y
esperar que la suerte nos ayude porque sabemos que no todo depende de nosotros.
Vivir es vibrar a cada instante y disfrutar cada momento. Emocionarse con las
victorias y sufrir con las derrotas sin perder la esperanza y confiando siempre
en que podemos ser mejores. El fútbol hace que muchas personas se sientan vivas, disfrutando la emoción de cada partido. Con cada jugada, esperando que esa
sea la que termine en gol. Sintiendo la presión del tiempo que resta para
terminar con un marcador en contra o a favor. El fútbol, sobre todo en un
mundial, nos pone a la orilla de nuestro asiento, esperando que nuestro equipo
venza al contrario.
Desde que estoy chico he
escuchado críticas a la selección; me acostumbré a que los llamaran mediocres,
faltos de hambre de triunfo; y que cuando ganaran todos estuvieran contentos y
los llenaran de halagos, pero cuando perdían, despotricaban contra ellos con severas críticas y un pesimismo que poco coincidían
con el apoyo que se mostraba en los juegos en que se obtenía un buen resultado.
Así crecí, escuchando burlas y quejas, y hasta malos deseos hacia la selección
mexicana, y después gritos de ‘gol’ y porras a México que no parecían venir de
las mismas personas, más sin embargo así era. ¿Cómo no íbamos a reclamar lo mal
que jugaba un equipo al que cada jugador recibía un salario ridículamente
alto? ¿Cómo no íbamos a burlarnos de las 11 personas que salían al campo y nos
dejaban en ridículo frente a otros países? Y aunque me parecían legítimas esas
preguntas, también me comenzaron a molestar. Yo quería estar orgulloso de mi
país y de mi equipo. También empecé a notar que otros países estaban siempre
orgullosos de sus equipos, incluso cuando no tenían una buena actuación, y
empecé a cuestionar el pesimismo que vivíamos en este país.
Cuando crecí, me empezaron a molestar los
comentarios donde se daba por hecho que no podíamos aspirar a más. ‘No van a
ganar, no te ilusiones’, ‘no importa si ganamos, contra el siguiente vamos a
perder’, ‘ojalá que no clasifiquen al mundial’, ‘ojalá que pierdan’. ¿Por qué? Era
mi pregunta a todos esos comentarios. Llegó un momento en que decidí no tomar
esa actitud que tenía la mayoría de las personas y empezar a apoyar siempre a
mi selección. Criticar no tiene nada de malo, cuando no se hacen las cosas bien
o no se ve compromiso en el equipo, pero ¿desear el fracaso de nuestro equipo?
¿perder la esperanza de que se puede ganar contra rivales importantes antes de competir contra ellos? Eso no.
Eso lo eliminé de mi personalidad. Cada partido lo empecé a vivir de manera
diferente, siempre confiando en que la selección mexicana iba a ganar. Y
defenderlos cuando alguien cuestionaba su capacidad.
Y luego empezamos a ganar.
Primero el mundial sub17, del que no mucha gente se enteró hasta que ya había
ganado México. Luego otro mundial sub17 del que todos nos enteramos, y del que
aun mucha gente dudaba. Al momento en que Alemania aventajaba por un gol a
México, supe de mucha gente que dejó de ver el juego, en el que México ganó 3 a
2. Aun se escuchaban los comentarios que cuestionaban a los muchachos en caso
de que se hubiera definido en penales el encuentro. Y a mí me seguía molestando
todo eso que escuchaba. Luego ganamos la medalla de oro en las olimpiadas,
contra un excelente equipo, de primera. Y aun así, la mentalidad de mucha gente
sigue siendo derrotista. Pesimista.
Me rehúso a volver a
tomar esa actitud. No me importa cuántas veces vea a mi país ser vencido. Nunca
voy a ver un partido pensando que no pueden ganar. Aun si clasifican gracias a
combinación de resultados, pensar que alguien más debía de ir no es opción para
mí, si México hizo más puntos que otro equipo entonces no me parece que el otro
tenga más derecho de clasificar.
Cuando supimos que íbamos contra
Brasil nunca pensé que ya estaba perdido el partido. Reconocer que el partido
es complicado y muy difícil de ganar es diferente a ‘saber’ que ya se perdió.
Cada triunfo, cada punto que se logra, es una razón para estar contento.
Conformarse, no, pero tampoco menospreciar lo que se logra.
El día de ayer viví intensamente
un partido que, aunque me dejó triste por el resultado e insatisfecho por lo
logrado, me dejó contento y esperanzado a que cosas mejores pueden venir. Lo
que noté en los jugadores mexicanos, la entrega que dieron, el valor que
mostraron durante los 4 juegos que disputaron, me dejó muy contento. Nunca dudé
que pudieran ganar. Me dan pena ajena y un poco de lástima todos los que
apostaron en contra de México siendo mexicanos. Incluso después de que nos
eliminaron del mundial, leer comentarios que dicen ‘ya sabíamos’, ‘siempre es
lo mismo’, ‘jugamos como nunca y perdimos como siempre’ es lo que me hace
pensar que en realidad nos falta mucho camino por recorrer; y no solamente en fútbol, sino en orgullo de nuestro país, en patriotismo. Sentirnos como se
sienten muchos otros países. ¿Cuándo vas a saber de un inglés que apostó en
contra de Inglaterra? ¿O a un argentino hablando pestes de su selección? ¿O a
un alemán, o a un brasileño? Nos falta creer que podemos.
Ayer grité, me emocioné, y en
realidad pensé que íbamos a ganar, porque podíamos ganar. Y también sufrí por
la derrota de México; pero estoy orgulloso del buen juego que demostramos;
orgulloso de que nos pusimos a la altura de una de las mejores (si acaso no es
la mejor) selecciones de este mundial. Nos tuvieron miedo, los pusimos
nerviosos. Es un paso. Es bueno. Tal vez si fuéramos más fieles a nuestra
selección y demostráramos eso a los más jóvenes para que crezcan sin
prejuicios, y sabiendo que podemos, tal vez en un futuro sí podamos ganarle a
cualquier selección.
Yo estoy muy orgulloso de mi selección nacional de fútbol. Y sigo confiando en que podemos ganar, y en cada juego que vea voy a creer que vamos a ganar.
Yo estoy muy orgulloso de mi selección nacional de fútbol. Y sigo confiando en que podemos ganar, y en cada juego que vea voy a creer que vamos a ganar.