Tenía 24 años. Compré una consola después de mucho tiempo de no jugar nada cuando iba a nacer mi primer sobrina porque no quería ser un tío que no supiera jugar videojuegos. No necesito decir que se convirtió en mi vicio favorito. Nunca antes de esa consola había jugado en línea y era de mis pasatiempos más divertidos. Pero como no llevaba mucho tiempo jugando era obvio que no era tan bueno como muchos otros jugadores del mundo con los que me tocaba competir.
Mis juegos favoritos eran los de guerra. Las competencias eran lo mejor, sobre todo cuando era por equipos. Pero ser el peor del equipo nunca ha sido divertido, menos para tus compañeros que tienen que soportar tu mal juego. Una vez, estábamos protegiendo algún tipo de bandera del otro equipo, y yo queriendo ser útil para mi equipo lancé una granada que aturdía a los jugadores pero, torpe como era, la lancé cerca de mí y de un compañero y nos aturdió a ambos y a nadie más. Todavía recuerdo a mi compañero decir “Chema, you’re terrible”. Desde mi sillón me sentí aliviado que nadie podía ver mi cara. Me avergonzaba ser tan malo. Pero no me quedaba duda que no había nada más que hacer que seguir jugando, seguir fallando y seguir aprendiendo.
No recuerdo el momento exacto que me di cuenta que ya era un buen jugador. Pasó más de un año antes de que tuviera la suficiente confianza de llamar a alguien “noob”. Pero recuerdo perfectamente una partida, en la que no conocía a nadie de mi equipo; la modalidad no te dejaba reaparecer después de que te mataban, por lo que una vez que morías, solo podías ver a los otros jugadores de tu equipo jugar hasta que un equipo vencía al otro. Al final el único que quedaba de mi equipo era yo, por lo que todos los demás estaban viéndome jugar. Del otro equipo solo quedaba un jugador también, y yo tenía que defender una bomba para que no lograra desactivarla. Me escondí cerca del objetivo y esperé a que llegara el otro jugador. Sabía que tenía que venir y tenía que hacerlo pronto ya que había límite de tiempo. Estaba nervioso, la victoria de mi equipo dependía de mí. Tenía miedo que el rival me sorprendiera por algún punto ciego, pero de repente lo ví entrando por una ventana frente a mí, y sabía que no me había visto. Entonces lancé una granada que aturdía dentro del cuarto en el que estaba, y corrí para entrar por una puerta detrás de él. El arma que traía conmigo no tenía balas, pero no importaba, no alcanzaría a reaccionar antes de que pudiera acercarme lo suficiente para acuchillarlo. Esperé a que detonara la granada y entré en la habitación para eliminarlo. Y así ganamos la partida.
Al final de cada partida, en ese juego, mostraban la repetición de los últimos segundos del juego, la última jugada que había determinado la victoria. Cuando eso sucedía ya podías escuchar otra vez a todos los jugadores que antes quedaban silenciados para que no intervinieran en la partida. Escuché a un jugador contrario preguntar en forma de burla qué pensaba hacer yo con mi arma si no tenía balas, y recuerdo perfectamente a un jugador de mi equipo contestarle engreídamente y en defensa mía: “kick your ass, apparently”. No era un noob ya. Mi equipo, al que no conocía, me defendía de las burlas contrarias. Estaban contentos de tenerme en su equipo.
Hasta ahora no encontrado otra manera de dejar de ser novato. No he encontrado otra manera de aprender que no sea practicando. Lo peor es que no es fácil dar el primer paso que es aceptar que se es novato, que eso no va a cambiar de la noche a la mañana, y que en el transcurso podemos llegar a frustrarnos muchas veces. Por eso hay que recordar todas las veces que hemos sido noobs antes, y que ahora no lo somos. Aprender a conducir un coche. Aprender otro idioma. Aprende nuestro oficio. Aprender a cocinar. Siempre se empieza de cero; y es solo practicando e intentando que llegamos a hacer algo bien hecho. Puede tomarnos días, o semanas o meses o años. Pero si nunca comenzamos, nunca aprendemos, aun así pasen décadas.
Recordar cuando eramos novatos nos ayuda a motivarnos. Sabemos que no sabemos, y eso también es una ventaja contra los que sí saben: podemos ver las cosas de manera diferente, lo que otros dan por hecho. No es malo no saber, lo importante es no conformarse con lo que se sabe. La inercia que nos impide avanzar rápido, pronto se vuelve inercia que nos mantiene en movimiento y adquiriendo velocidad. Y cuando vemos hacia atrás, recordando nuestros inicios, sentimos orgullo. Y de pronto, ya no somos novatos.