Amores

Una vida entera,
Oliendo rosas de un jardín.
Una vida entera.

Una sombra eterna,
Sin ver el sol de abril.
Una sombra eterna.

Un suspiro tuyo,
Una vida muy feliz.
Un suspiro tuyo.

Mariposa en un capullo,
Vida vivida y sin vivir.
Mariposa en un capullo.

Una estrella lejana,
Que no se puede alcanzar.
Una estrella lejana.

Una vida soñada,
Que no será realidad.
Una vida soñada.

Tormentosa sed saciada
Por un hermoso manantial
Valiosa joya encontrada

Flor engalanada
Tan frágil como cristal
Marchita por una helada.

Un lazo de hierro,
Imposible de vencer,
Un lazo del Cielo.

De Dios el sentimiento
Siendo enteramente El
Dar mas del cien por ciento

Un regalo sin defecto,
desear hacer el bien
El sol, el agua, el viento.

Lo que te hace ser correcto
Árbol que crece con la fe,
Un sincero “yo te quiero.”







En el día internacional de la poesía quise compartir uno de mis primeros poemas que me atreví a compartir.

Dra. Matilde Montoya


Lunes 9 de Marzo. Prometí no mencionar a López Obrador en mi cuenta de twitter todo el día para dar más énfasis a las mujeres que ese día realizaban un paro nacional. Entonces decidí publicar nombres de mujeres ejemplares para conmemorar el esfuerzo feminista. 

Publiqué a Meryl Streep, luego a Frida Kahlo, y pensé que debería enfocarme mujeres mexicanas poco reconocidas; así encontré nombres como Elva Carrillo, Andrea Cruz y María Izquierdo. Pero un personaje me llamó la atención más que los demás: Matilde Montoya, la primera mujer mexicana en recibir el título de Médico. No solo fue conocer lo que logró, sino la época en la que lo hizo. Las mujeres del siglo XIX no estudiaban. Vamos, pocos hombres lo hacían: para 1895, el 80% de las personas adultas en México eran analfabetas. Una mujer,  con la cultura machista en contra, logrando lo que pocas personas lograban, merece un reconocimiento mayúsculo. Sobre todo porque (y que no le sorprenda a nadie) hubo muchos profesores que estaba en contra de que una mujer entrara a la escuela de medicina. 

Matilde Montoya nació en la ciudad de México el 14 de Marzo de 1859. Desde pequeña mostró mucha capacidad para aprender.  A los 4 años sabia leer y escribir; a los 12 terminó su educación escolar. Y para la edad de 16 años obtuvo el título de partera. Pero todo esto no fue suficiente para impresionar a algunos hombres de su época que se opusieron a que obtuviera educación superior. La acusaron de masona y protestante por lo que tuvo que posponer sus estudios.

Vuelve a intentar ingresar a la Universidad en la ciudad de México y vuelven a atacarla y a desprestigiar su nombre alegando que no había acreditado ciertas materias; la verdad era que les molestaba que fuera la única mujer en la universidad. Pero en esta parte de la historia, Matilde tuvo suerte, ya que después de buscar apoyo en diferente instancias, fue nada menos que el presidente Porfirio Díaz quien envió un decreto para que pudiera presentar su examen, entrara a la escuela de medicina y eventualmente recibiera su título. 

El legado de Matilde Montoya no termina ahí. No solo abrió la puerta para que más mujeres pudieran ser médicos, sino que trabajó en pro de la educación de las mujeres en México, fundo una escuela para hijas de obreras, fue parte de la Liga Medica Humanitaria, fundó la Asociación de Médicas Mexicanas, y logró que el término de partera dejara de usarse de manera despectiva, entre muchos otras cosas. Es ejemplo de feminismo, qué mejor manera de representar a las mujeres que luchando por su educación. Me sorprende no escuchar más de ella por parte de las feministas de estos tiempos, me parece una imagen que representa perfectamente su movimiento. Es un ejemplo, no solo para las mujeres, sino para todo mundo. 

En el aniversario de su nacimiento, que viva Matilde Montoya.



El amor es trabajo

Muchas veces le pregunté a parejas casadas cómo le hacían para no aburrirse uno del otro. Nunca fue con la intención de ofender, era realmente curiosidad mía saber cómo lograba alguien vivir durante años con la misma persona y no caer en la rutina. Esto fue cuando era joven y mi relación más duradera no rebasaba un año. De las muchas respuestas que recibí ninguna superó un diálogo muy sencillo que vi en una película que pasó sin pena ni gloria del año 2005. En ella, una madre, interpretada por Meryl Streep, le dice a su hijo: “El amor no siempre es suficiente. No cuando hablas de matrimonio, e hijos y juntar cuentas de banco. Las relaciones personales son trabajo, los hijos son trabajo. Y no estoy diciendo que el amor no sea importante, lo es, pero a veces amas, aprendes y sigues adelante”.

Desde entonces reflexioné mucho en esa frase. Estoy de acuerdo, el amor no siempre es suficiente. Confiar en la atracción hacia otra persona y lo agradable estar con ella no garantiza una relación duradera, la costumbre normaliza hasta a la persona más especial a pesar de nuestras mejores intenciones. Y claro, mantener una relación y una familia exige esfuerzo, trabajo, sacrificio. No puedes esperar que sea el amor lo que resuelva todo. Al final, no es con amor que se solucionan problemas (ni se compra una casa ni se paga una escuela). Se tiene que trabajar para fortalecer lo que nos une. Conocerse, entenderse. Desvelarse para alimentar bebés. Cuidar de la pareja cuando se enferma. Explicar con paciencia, incluso cuando es la décima vez que se hace. Eso es trabajo, no amor. 

Sin embargo, creo que más bien, el amor ES trabajo. El amor se trabaja día con día, semana tras semana. Sí, existe el amor como un sentimiento, pero el amor puede ser muy fugaz, el amor es frágil, el amor se pierde, el amor se acaba. El amor duradero, el amor genuino se trabaja. El amor es estar ahí para la persona que se ama. No puedes amar a tu pareja y esperar que esta soporte tu indiferencia, tu apatía, tu agresividad. Amar es contener tu agresividad, sobreponerte a la apatía, olvidar la indiferencia. ¿Quién puede decir que ama a su hijo, mas no lo cuida? ¿Quién se aleja de la persona amada cuando esta la busca?

El amor es sonreír cuando no tienes ganas. Levantarte cuando estás cansado. Hacer, cuando quisieras no hacer nada. El amor no es solo disfrutar (y claro que se disfruta); el amor también es soportar los malos días, pero no solo eso, sino hacerlo con la mejor cara.

No es que el matrimonio o una familia sea solo trabajo, sino que el amor nos obliga a trabajar. El amor nos obliga a sacrificarnos por nuestra pareja, por nuestros hijos. Si el amor no se trabaja, se esfuma con cualquier descuido. Y no se puede trabajar por alguien sin algún interés de por medio. El esfuerzo que ponemos por alguien más es el amor que le tenemos a esa persona.

Sí, las relaciones son trabajo, pero es el amor lo que nos da motivo para realizar ese trabajo, que al mismo tiempo alimenta al amor y lo hace fuerte.

Pienso en la ocupación que realizó para ganarme el pan de cada día. El esfuerzo que invierto es lo que me da el resultado por el que cobro dinero. Son las ganas de hacer las cosas bien lo que le da valor a mi trabajo. Es saber que nadie te da nada gratis, y que tienes que ganarte el sueldo logrando metas. Y así es el amor también. 

Cuando me canso de levantarme en la madrugada, cuando llego a un lugar al que no quiero ir, cuando me visto en vez de quedarme en pijamas como preferiría, pienso que el trabajo que me está constando está abonando méritos a mi relación, y la hace más valiosa y más resistente. Y me doy cuenta que todo lo hago por el amor que doy y que recibo. Entonces el esfuerzo me cuesta menos; en mi mente solo repito: el amor es trabajo.