Qué sería de nosotros

"En un solo momento tu vida puede cambiar completamente", dice una canción. Un momento pudiera parecer cuestión de segundos, o minutos. Pero si piensas que una vida entera son alrededor de 100 años, un año no es mucho tiempo; seis meses, la mitad de no mucho tiempo. Cuando tienes 21 años, seis meses parecen una eternidad, porque a esa edad muchas metas se llevan a cabo por semestres. Pero cuanta más edad tienes, te vas dando cuenta que el tiempo pasa más rápido de lo que crees, y que seis meses no te alcanzan para hacer muchas cosas. Las distancias en tiempo se acortan con la edad, y sin darte cuenta, empiezas a agrupar el tiempo en 5 años para referirte a anécdotas. Diez años se escucha como largo tiempo cuando tenemos que esperar a que sucedan, pero no parecen tantos viendo hacia atrás.


Hace diez años me fui a estudiar seis meses a Italia. Yo ya sabía que me la iba a pasar muy bien. Ya me había ido a estudiar antes, y sabía que me esperaba un cambio importante. Cuando llegué a Torino, todavía me refería a esa ciudad como Turín, no me sabía expresar en italiano, y al bajar del avión, solo sabía la dirección a la que tenía que ir. No me sabía mover en el autobús italiano, con sus líneas 8 y 8 (ocho tachado, aunque en la línea de autobuses la línea que tacha al 8 es una diagonal) “otto sbarrato” que son rutas iguales pero una de ellas con algunas desviaciones; preferí utilizar un taxi y aprender el transporte público después. No es que fuera muy acelerado, pero un viaje de 15 horas no te deja mucha paciencia en sus últimos 3 km de distancia a tu destino.


La ciudad no me hacía mucho ruido, era la experiencia en sí lo que me llamaba la atención. Y no me equivoqué. A pesar de que la ciudad de Torino es bonita, no es famosa por eso. Pero una vez que vives ahí te das cuenta que tiene mucha belleza particular, escondida. El río, los castillos, el parque Valentino. Todo se va poniendo más bonito en cuanto va llegando la primavera. Por eso me siento afortunado de haber llegado a finales de enero de 2004, porque todo se fue volviendo más bonito en cuanto avanzaban los meses. Incluso las fiestas, que al principio eran en antros grandes y techados, al final eran en la orilla del Rio Po, en lugares más pequeños, de los que podías pasar de uno a otro en la misma noche. Y después de tomar, no tenías que esperar hasta llegar a la casa si tenías hambre, porque en la calle había puestos de comida, como normalmente hay en México, y podías desayunar saliendo de la fiesta.


Pero lo que hizo que ese viaje valiera la pena fueron las personas que conocí allá. Todo lo que sucedió en esos seis meses de mi vida, significa mucho para mí especialmente por la gente con la que compartí esos momentos. Tardé unas cuantas semanas en darme cuenta quienes iban a ser mis amigos en Torino, porque como siempre pasa, al principio conoces a mucha gente, pero es cuando convives con cada uno que decides con quien prefieres estar.

A Jordi lo conocí en los primeros días del viaje, pero no fue sino hasta la segunda semana que llegué a reconocerlo si me lo topaba en la universidad, y es una de las personas más importantes de todo mi viaje. Rapha fue mi segundo amigo cercano, y fue hasta marzo que le sentí la suficiente confianza como para platicarle algo personal. Kuba, un arquitecto polaco, era muy amigo de Jordi desde el principio, pero me tardé un poco más en conocerlo y platicar con él: excelente amigo. Virgilio, que fue mi roomy durante 5 meses, y que a pesar de no esperar mucho de él en un inicio, también llegó a ser uno de mis mejores amigos y  me sentí afortunado de haber compartido un departamento con él. Nuno, que al principio no pensé que fuera a ser una persona tan divertida, pero bastaron cinco minutos de conocerlo para no parar de reír con todas las pendejadas que decía. Pablo, Leszek, Titi, Antonio, Roberto, Alvaro, Gonzalo: cada uno con su personalidad y sus tipos de compañía diferentes. Y por último, pero para nada menos importante, François. François fue el último de mis mejores amigos que conocí allá, y por alguna razón fue con quien más me identifiqué y con el que estreché más la amistad. Es muy difícil clasificar a los amigos para saber cuál es “más importante” por lo que no lo haré. Pero por alguna razón a François y a mí nos tocó convivir mucho los últimos meses del semestre. Y al final fuimos juntos a Genova a un concierto de The Streets: un cantante inglés que no conocía antes de conocer a François, y que decidimos ir a ver juntos porque a nadie más le interesaba. Su carta de despedida (que le pedí a todos mis amigos allá que me escribieran en  una libreta que compré) es algo que guardo con mucho cariño porque, como cualquiera que haya hecho un viaje de estudios sabe, puedes llegar a conocerte mucho, y abrir tu vida a personas que no conoces tanto y sentir que te conocen más que mucha gente en tu casa, y lo que me escribió François en esa libreta me da energía cada vez que la leo.

Y claro que no podían faltar las niñas, que igual que nosotros en su modo llegaron a unirse mucho entre ellas, y ellas con nosotros. El consejo de las cinco: Milena, Vero, Cata, Virginia y Cecilia. Las cinco niñas más especiales de mi Torino. ¿Qué hubiera sido de mi viaje de estudios sin ellas? Todas bellas, todas divertidas. Milena es desde entonces mi mejor amiga; platicábamos de todo y la llegué a querer tanto en ese viaje que no dejo de agradecer que escogiera ella el mismo lugar para estudiar que yo. Cata, la guapísima Cata, que me hizo toda la experiencia del viaje más bonita y especial. Vero, la más divertida y amable persona, que la adoro y que terminó casándose con Jordi después de conocerse en Torino. Virginia, la madrileña más hermosa que cocinaba riquísimo y con quien platicaba seguido muy amenamente porque vivíamos en el mismo edificio. Y Cecy, también de Monterrey, que era la más chica del grupo; con ella hice un viaje a Milán, nos llegamos a tener mucho cariño y de hecho fue la única que conocí allá fue a mi fiesta de bienvenida cuando regresé a Monterrey.

Luego estaban las inseparables Ana y Nere: españolas de Valencia que fueron y son de mis personas favoritas. Eran roomies de Roberto (y fue por ellas que lo conocimos), personas super interesantes, muy divertidas y auténticas. También conocí a Natalia, una griega guapísima con una voz y acento sexys que me recordaban a Ivanna Humpalot de Austin Powers 2 (pero guapa). Las españolas Jessica, Pilar y Leticia, que fueron roomies de Milena junto con María.

Fueron seis meses de viajes, fiestas, anécdotas, historias, pláticas, comida italiana, café, resacas, crudas morales y de mucho crecimiento personal. En este viaje decidí no visitar otros países, para enfocarme en Italia nada más. Fuimos a Aosta, en un viaje de ida y vuelta en coche; cuando todavía el frío estaba fuerte. Luego fuimos a esquiar a Bardonecchia, donde dos años después se llevaron a cabo competencias olímpicas. Visitamos Ibrea, donde se lleva a cabo la batalla de las naranjas.

Fuimos a Pinerolo, un pueblo más chico que el parque Valentino, pero con un castillo en una colina que lo hacía parecer una aldea sacada de un cuento de hadas. Hicimos un “road trip” a Trieste, y otro a Venecia, y en ese viaje pasamos por Bologna y Rimini. En semana santa viajé a Roma, Assisi, Napoles y Capri. Pero yo creo que el mejor viaje que hicimos fue al Lago di Garda; fue un viaje de retiro. Era al final del semestre y varios miembros del grupo de amigos se habían ido ya a sus casas. Fue un momento en el que sentimos que estaba cerca el final de nuestro Erasmus y cualquier lado al que íbamos nos ponía tristes porque nos recordaba que ya no estábamos completos. Por lo tanto decidimos irnos de Torino, al menos por algunos días, y hacer recuerdos en un lugar nuevo; y ese lugar fue el Lago di Garda. Un lago precioso donde recorrimos en bicicleta buena parte de la orilla. Eramos Jordi, Vero, Rapha, Virgilio, Cecy y yo.  Ya no quedábamos muchos. Pero pasar un tiempo fuera de la ciudad nos sirvió demasiado.

No puedo olvidar cuando Vero dentro del lago, con el agua en las rodillas y extendiendo los brazos, dijo: ‘¡estoy feliz!’; se me quedó grabada esa imagen, porque así nos sentíamos todos. Ya era el final del viaje, nuestro tiempo juntos se acababa, pero ese último esfuerzo para aprovechar cada minuto funcionó perfectamente. Todos regresamos a Torino con ganas de seguir disfrutando lo que quedaba de nuestro viaje allá. Los últimos días antes de partir y probablemente, no volver a vernos. Ser conscientes que nuestra compañía era efímera ayuda a hacer valer cada segundo de esta.  Poco a poco nos despedíamos de cada uno de los miembros de nuestra "familia". El 26 de julio, me despidieron a mí.



Y de eso ya pasaron diez años. Cuando estábamos allá vimos una película italiana en la que el personaje principal se preguntaba cómo sería su vida en diez años, a la edad de 30. Yo tenía 21 años entonces, y claro que me preguntaba cómo sería mi vida diez años después; y ahora lo sé. A pesar de que disfruto cada momento, no puedo evitar sentir nostalgia viendo hacia atrás, teniendo solo la memoria de seis meses que marcaron mi vida. En ese entonces me preguntaba que iba a ser de nosotros en 10 años, y ahora me pregunto, qué hubiera sido de nosotros sin esos seis meses en Torino. Sin esa gente de otros países, que no frecuento, y que hace mucho tiempo que no veo, pero que siguen presentes en mi persona, y sus recuerdos todavía me hacen pasar un buen rato. 

Regresé a Monterrey de ese viaje con muchas palabras nuevas. Muchas anécdotas qué contar. Con muchos más amigos de los que tenía, y con muchas casas en diferentes partes del mundo a las cuales llegar de visita. Regresé con una mente mucho más abierta, con una personalidad mucho más madura (que comoquiera no es mucho decir), y con una visión muy diferente de mi vida. Y en un solo momento, crecí muchísimo.

“Vorrei svegliarmi domattina e avere trent'anni, e anche Manuel, e anche Paolo, per vedere... che ne sarà di noi."

16 y 32

Hace 16 años cumplí 16 años de edad. Tengo muchos recuerdos de ese año; ya había formado una identidad propia y ya sabía más o menos lo que quería. Esto no quiere decir que no haya cambiado eso que entonces quería durante los años; de hecho puedo decir que soy alguien muy diferente al mocoso que creía que sabía lo que quería. Pero me parece muy interesante compararme hoy a aquel adolescente que ya tenía un criterio propio. 

En ese entonces yo no creía que mis amigos iban a ser otros que los que tenía entonces, casi todos del equipo de football americano; creía que nuestra amistad era tan fuerte que no iba a conocer a otros amigos que fueran tan importantes para mí. En parte no me equivoqué, porque la mayoría de ellos nos seguimos hablando por whatsapp y nos juntamos al menos una vez al año.  Pero mi grupo cercano de amigos sí cambió. 

A esa edad me despedí del equipo de football americano infantil en el que jugué desde chico, y yo había decidido no volver a jugar. Ahora sé que seguí jugando durante 4 años más. Pero los cambios más importantes fueron durante los siguientes 5 años, cuando me fui a estudiar a Irlanda, a los 17 años, y a Italia a los 21. 

No puedo decir que sigo siendo el mismo porque de verdad soy una persona con ideas y compromisos muy diferentes. Pero sí puedo decir que sigo siendo tan feliz como antes, y que a pesar de que no hubiera creido si me hubieran dicho a los 16 años que sería como soy ahora, 16 años después, estoy seguro que si estuviera enfrente de ese muchacho le diría: "no te preocupes, vato, no sabes lo que te espera, y te la vas a pasar chingón, tú disfruta."

Y pensando al futuro, espero que a los 64 sea un viejo alegre, que siga tomando con mis amigos de vez en cuando, avergonzando a mis hijos (si llego a tener) por hacer el ridículo con mis bailes en las fiestas, y sobre todo siendo muy feliz; disfrutando cada etapa como llega; y ojalá el futuro Chema también pueda darme un high five y decirme, "no sabes lo que te espera, pero te la vas a pasar chingón". Por lo pronto voy a trabajar para que eso suceda, y desde aquí le mando un saludo a esa persona que llegará en 32 años.



¿Te puede frenar la humildad?

Me acabo de enterar que el presidente uruguayo, José Mujica, rechazó una oferta de un millón de dólares por el carro que maneja, un Volkswagen 'beetle' de 1987. La excusa que dio fue que este hecho pudiera ofender a las personas que le regalaron ese coche.

En primera instancia cualquiera se sorprendería de la humildad y fortaleza de esta persona que siendo presidente de un país, maneja un coche viejo y aparte no lo vende por una cantidad millonaria por temor a ofender a amigos suyos. Sin embargo, cabe cuestionar por qué no aprovecharía una oportunidad como esta. Estoy seguro que el dinero no le importa y que él no quiere vender su coche, pero ¿por qué alguien que dona el 90% de su salario no quiere utilizar ese dinero para comprar un coche igual que el que tiene, tal vez cambiarlo por uno del mismo precio pero más eficiente, y utilizar el sobrante para realizar una buena acción en favor de su pueblo? ¿Le preocupa lo que vayan a pensar de él por aceptar una oferta tan cuantiosa? ¿Acaso no hay fundaciones en Uruguay a las que les podría caer muy bien una ayuda económica de este tipo? ¿Por qué se rehúsa tanto a recibir dinero?

(Un gran paréntesis aquí: no estoy diciendo que prefiero a mi presidente corrupto, mediocre, ladrón y despilfarrador que tengo en mi país. Que quede claro. Estoy criticando una actitud y una acción en especifico, no lo que hace o representa este hombre).

No se me ocurre otra cosa qué pensar de él más que está cayendo en una falsa percepción de la humildad. Pero antes de continuar quiero dejar en claro dos suposiciones:
1) que no hay más razón para no vender el coche que la que leí en las noticias: por la posibilidad de ofender a los amigos que le hicieron ese regalo (o sea que no es por evitar presiones del árabe que le ofreció el dinero con la esperanza de poder realizar otro tipo de negocios turbios).
2) que es verdad que un árabe le ofreció un millón de dólares por su coche (¿para qué chingados quiere un árabe ese Volkswagen en especifico?).


Si esto es así, José Mujica me parece un fantoche. Una persona que pretende demostrar a los demás que es humilde a toda costa. No digo que no haya hecho un buen trabajo o que esté en contra de sus políticas, pero ya desde hace tiempo desprecio a las personas que se empeñan en querer demostrar que son humildes. El que es humilde no se preocupa por el qué dirán; actúa siempre pensando en el bien mayor y no se esfuerza en demostrar nada, sabe bien que el propósito de una acción es lo que cuenta y no se fija en quién lo pueda criticar porque sabe que siempre habrá quien mire con malos ojos una buena acción, y eso no debe de frenar tus metas y tus objetivos. El generoso se vale de lo que sea para ayudar a otros; para sacar el mejor provecho en favor de los demás en una situación. El falso humilde deja pasar la oportunidad de ayudar a otros, con tal de que su apariencia de desapego no se dañe.