La tregua de Navidad

El año pasado leí un libro sobre la Primera Guerra Mundial, para escribir algo sobre ella, por el centenario del inicio; en realidad yo sabía muy poco acerca de esta guerra que, siendo honestos, quedó opacada (desgraciadamente) por la Segunda Guerra Mundial. Leyendo este libro me di cuenta de muchas cosas terribles sobre la guerra. Creo que la peor de todas fue un hecho que me dio esperanza y orgullo en un inicio, para luego llenarme de coraje. 

En Navidad de 1914, mientras se libraba un combate en Bélgica, se celebró una tregua. Durante esta tregua los soldados escucharon cantos de las fiestas religiosas del bando contrario durante la noche. A la mañana siguiente, salieron de sus trincheras para saludarse, fumar juntos y felicitarse por la Navidad. Los combatientes que unos días antes se trataban de matar, se tuvieron mutuo respeto porque querían ser respetados.

Y ¿cuál fue la reacción de los mandos militares? Asegurarse de que eso no volviera a suceder jamás. Y es esto lo que me llena de rabia. Ahí, delante de todos se demostró que los hombres comunes preferimos la paz. Los que mueren en la guerra son más sensibles y más humanos que quienes las dirigen y no corren el riesgo latente de morir cada día que esta se alarga. Y lo peor es que esto les molesta, y exigen que los hombres se deshumanicen. Evitando que se vean mutuamente como hombres y que se limiten a verse como enemigos.

La Navidad ya no me dice mucho a mí. Religiosamente perdió todo su valor, porque yo ya no soy religioso. Sin embargo, enterarme de que la Navidad detuvo por un instante una de las peores guerras de la historia, me hace respetarla. La Navidad es una época de unión, y de reconciliación, aunque se escuche muy trillado. Es una época para celebrar una tregua, aún con nuestros peores enemigos, y estrechar su mano. Si de algo sirve la religión, es para unir a las personas, para que estas se respeten, para que se ayuden mutuamente.  Si no sirve para eso, no sirve absolutamente para nada.

Esto es lo que me queda a mí de la Navidad; un tiempo para detener los peores de mis conflictos, ver a la gente que es parte de mi vida, y estar en paz conmigo mismo.

Si los soldados de hace 101 años pudieron hacer eso, no tengo mejor razón para pensar que todos podemos.


"La Nochebuena de 1914, en varios sectores de Francia del norte y Bélgica, las voces de hombres que no se veían comenzaron a cantar villancicos en diferentes idiomas. Desde un bando se podían escuchar los ritmos suaves del Stille Nacht (‘Noche de Paz’), desde el otro llegaban los acordes de O come all ye faithful o Minuit crétiens . La mañana de Navidad, alemanes y británicos y, en menor medida, belgas y franceses, treparon con precaución las paredes de las trincheras desde las que habían partido los villancicos y se estrecharon las manos en la llamada «tierra de nadie». Conforme avanzaba el día, grupos de hombres jugaban al fútbol, tomaban fotografías e intentaban superar la barrera del lenguaje mientras organiza-ban entierros para los camaradas muertos. Un soldado británico señaló que nunca olvidaría la imagen de los soldados enemigos estrechando la mano de los soldados indios.
Poco después, los soldados regresaron a sus trincheras y la matanza continuó. Los comandantes impartieron órdenes de que aquel acto de confraternización no debía volver a producirse." 


Ésta es una de las instantáneas que los soldados tomaron durante la mítica Tregua de Navidad de 1914, una prueba irrefutable de que realmente se celebró. Los suvenirs fotográficos llegaron a la prensa internacional, y los Gobiernos comprendieron rápidamente que debían ejercer un control más férreo sobre las cámaras de la tropa.


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