Si Dios no va a evitar las guerras, ¿para qué necesito a Dios? Si Dios no va a evitar que sacerdotes hagan daño a niños, ¿para qué necesito a Dios? Si se usa el nombre de Dios para detonar bombas y cortar cabezas humanas ¿no sería mejor que no existiera Dios? ¿Cuál es el motivo de un Dios que cambia de opinión a través de la historia? ¿Qué divinidad tiene un Dios que nos protege más de las enfermedades a medida que la medicina avanza? ¿Dónde entra Dios cuando los poderosos siempre han tratado mal a los débiles? ¿Por qué Dios no actúa con más eficiencia siendo todopoderoso?
Irónicamente la necesidad de Dios comienza con la conciencia. En el momento que nos damos cuenta de que existimos, no queremos dejar de existir. Para no dejar de existir, imaginamos un lugar al que llegamos después de la muerte. ¿Sirve creer algo que no es cierto? Puede que sirva para algo, como los placebos. Pensar que llegaremos a un lugar mejor después de este nos ayuda a soportar el camino si es muy duro. Sí, el poder de la mente es muy grande, y la convicción en una falacia puede lograr que alcancemos metas, pero ¿se necesita una en especifico? No. ¿Es suficiente creer en algo para que esto sea realidad? Tenemos suerte de que no sea así. ¿La creencia de algo inexistente se puede volver en nuestra contra? Sin duda.
Por eso hace algunos años decidí darle una oportunidad a mi escepticismo. No creí que Dios siendo tan bueno me reclamara dudar. No creí que me mereciera el infiero por verificar qué cambiaba en el mundo y en mi vida si dejaba de culpar a Dios de lo bueno y lo malo que sucediera. Eso hice, y empecé a entender mucho mejor mi entorno. En vez de conformarme con la explicación de Dios, empecé a buscar respuestas por mí mismo. En vez de permitir a Dios manejar mi vida y resignarme cuando pensaba que tal vez Dios quería algo diferente para mí, decidí tomar acción por mi propia mano, y conseguir lo que quiero sin preguntar cual era el plan divino para mí. Dejé de hacer sacrificios de animales al amanecer y me di cuenta de que el sol salía por el horizonte de todas maneras.
Irónicamente la necesidad de Dios comienza con la conciencia. En el momento que nos damos cuenta de que existimos, no queremos dejar de existir. Para no dejar de existir, imaginamos un lugar al que llegamos después de la muerte. ¿Sirve creer algo que no es cierto? Puede que sirva para algo, como los placebos. Pensar que llegaremos a un lugar mejor después de este nos ayuda a soportar el camino si es muy duro. Sí, el poder de la mente es muy grande, y la convicción en una falacia puede lograr que alcancemos metas, pero ¿se necesita una en especifico? No. ¿Es suficiente creer en algo para que esto sea realidad? Tenemos suerte de que no sea así. ¿La creencia de algo inexistente se puede volver en nuestra contra? Sin duda.
Puedo entender por qué la mayoría de las personas prefieren creer en Dios, y la necesidad de esto. Mucha gente usa a Dios para quitarse responsabilidad de la situación en la que están. Creer que Dios nos pone en situaciones por su “plan mayor” nos ayuda a resignarnos ante una mala experiencia que no tiene solución, pero ¿es indispensable para nuestra cultura creer en algo que no existe con tal de que nos ayude a superar momentos difíciles? Si lo fuera, ¿habría tantos suicidios? ¿Habría tantos crímenes? Tengo la desgracia de haber conocido a personas que creían en Dios, que no les fue suficiente para buscar otra alternativa que el suicidio. Dios no ayudó en esos casos.
Dios tampoco ayuda a tener un mundo mejor. No solo es causante de guerras y de crímenes atroces, sino que también es una limitante para el conocimiento. La creencia en Dios limita la curiosidad: si la causa de cada fenómeno en nuestro mundo es la voluntad de Dios o el diseño divino ¿qué más hay que preguntar? ¿Para qué preguntar de dónde viene la lluvia si sabemos que existe el dios de la lluvia? ¿Cómo que de qué estamos hechos? Dios nos hizo de barro y luego nos dio vida con su aliento. ¿Cuestionar por qué las abejas producen miel? ¿No es obvio que Dios las puso ahí para nuestro beneficio? Estas preguntas parecen estúpidas (aunque no para todo mundo); pero así de irracionales me parecen todos los argumentos a favor de la existencia de un Dios que todo lo ve pero que no interviene para nada.
Dios parece ser más tolerante en cuanto la humanidad se vuelve más tolerante. Hasta Hitler estaba de acuerdo con Dios en que los homosexuales eran una aberración. Bueno, por lo menos con el Dios del antiguo testamento. Es más, la esclavitud también es aceptable en la Biblia. ¿Cuándo cambió Dios de opinión sobre este tema? ¿Qué no Dios promovía la guerra por unos lugares geográficos que eran importantes para él? O, más bien dicho, para los intereses de sus seguidores. En países civilizados, se cree en dioses más civilizados. ¿Casualidad?
Entre más conocimiento obtenemos, Dios se va haciendo menos poderoso. Antes sólo Dios curaba la mayoría de las enfermedades; ahora se necesitan mayores males y pecados más graves para ser castigado con una enfermedad incurable. Entre más conocimos de medicina, se redujeron las posesiones demoniacas hasta alcanzar casi el 0% (todavía hay situaciones que no entendemos, todavía hay lugar para el diablo dentro nosotros). En la antigüedad creíamos que las estrellas se podían caer a la Tierra; ahora usamos esas frases como bonitas metáforas, y nadie tiene miedo de ir caminando por la calle y ser aplastado por una estrella. Antes Dios era el único que podía destruir este mundo. Aterradoramente, hemos alcanzado ese poder los humanos también.
Yo creía que aunque me demostraran la inexistencia de Dios, seguiría creyendo en él, porque me ayudaba mucho en mi vida. A ser mejor. A ser más tolerante. A soportar mejor el dolor y las tragedias. Pero ahora me doy cuenta de que no necesito a Dios. No necesito a Dios para saber que debo ser un buen ciudadano, porque eso nos ayuda a todos. No necesito a Dios para saber que aprovecharse de los demás es moralmente malo, y que a mí no me gustaría que se aprovecharan de mí ni de ningún familiar o amigo. No necesito una ley divina para saber que debo de respetar a los demás. Si soy buena persona, no es porque es lo que Dios quiere de mí. Hacer el bien genera bien. Hacer el mal provoca más mal. No necesito un premio para entender que debo de buscar el bien común. No necesito un castigo al final de mi vida para entender que convertirme en un asesino o un ladrón (y no es un ataque directo a los políticos mexicanos) es perjudicial para la sociedad. Creo que cuando entendemos el porqué de las cosas sin recurrir a un Dios que exige obediencia sin cuestionamientos, es más difícil escoger el camino equivocado. Es cuando no entendemos las razones que volteamos a ver a Dios e intentamos descifrar qué quiere él que hagamos; los humanos no somos jueces muy justos, ni tomamos decisiones muy sabias cuando no tenemos información.
Por eso hace algunos años decidí darle una oportunidad a mi escepticismo. No creí que Dios siendo tan bueno me reclamara dudar. No creí que me mereciera el infiero por verificar qué cambiaba en el mundo y en mi vida si dejaba de culpar a Dios de lo bueno y lo malo que sucediera. Eso hice, y empecé a entender mucho mejor mi entorno. En vez de conformarme con la explicación de Dios, empecé a buscar respuestas por mí mismo. En vez de permitir a Dios manejar mi vida y resignarme cuando pensaba que tal vez Dios quería algo diferente para mí, decidí tomar acción por mi propia mano, y conseguir lo que quiero sin preguntar cual era el plan divino para mí. Dejé de hacer sacrificios de animales al amanecer y me di cuenta de que el sol salía por el horizonte de todas maneras.
También sucedió que dejé de creer en lo que no me convencía. Si un correo electrónico decía que calentar comida en el horno de microondas era dañino, ya no lo reenviaba inmediatamente, sino que buscaba más información para saber si era cierto. Si me decían que el gobierno actual era peor que el anterior por el tipo de cambio del peso frente al dólar, buscaba el historial del tipo de cambio de las últimas décadas, para comparar. Quitar a Dios de las ecuaciones no solo me hizo pensar en mí mismo y lo que quería, sino que también me quitó mucha basura mental, y empecé a pensar más independientemente. Y me di cuenta de que no necesito a Dios.
Pero lo peor fue darme cuenta de quién sí necesita a Dios. Los gobernantes. Los poderosos. Quienes someten a otras personas. Sin Dios, esas personas no tienen autoridad para mandar. Sin Dios los países no pueden lograr que sus gobernados apoyen sus decisiones más estúpidas. Sin Dios no se puede proponer una política perjudicial. Sin Dios la gente pobre no te regala dinero. La ignorancia, amiga íntima de Dios, mantiene a la gente con miedo y a merced de los avaros. Ellos sí necesitan a Dios, así como Dios necesita de los que creen en él para existir.