El maestro: Entonces suéltalo enseguida.
El discípulo: Pero ¿cómo voy a soltarlo, si es nada?
El maestro: Entonces llévatelo contigo.
El pasaje anterior es uno de los capítulos del libro El canto del pájaro de Anthony de Mello; es uno de mis favoritos. Cuánto batallé yo para darme cuenta de que mi ego me limitaba para hacer las cosas bien. El ego me cerraba los ojos y no me daba cuenta de que no se necesita sufrir, o batallar o desprenderse de algo para ser humilde, o para ayudar a los demás.
Desde chico la humildad me fascina. Siempre he admirado a las grandes personas que no presumen su grandeza. Y siempre me han molestado las personas pedantes que aprovechan cualquier oportunidad para mostrar hasta la mínima cualidad que tengan, o incluso exagerar sus logros y hacerlos más espectaculares para poderse levantar el cuello. Y los peores: los que inventan mentiras para que la gente piense mejor de ellos. Nunca entendí esa desesperada necesidad de reconocimiento.
Para mí siempre fue importante ser reconocido sin necesidad de pedir el reconocimiento. Es difícil decir 'soy muy humilde'; la veracidad de la frase se cae por su propio peso. Sin embargo ser humilde implica también reconocer lo que se es. El humilde presumido no existe, sin embargo, reconocer uno mismo que se es humilde sí es aceptable. Pero hay una línea muy delgada entre la humildad auténtica y la hipócrita.
Hace ya unos cuantos años, cuando todavía tenía una fe en Dios muy profunda e inamovible, me fui de misiones con un grupo juvenil de una iglesia que está por casa de mis papás (donde vivía entonces). En ese grupo existía (o existe, no lo sé porque ya hace mucho que dejé de pertenecer a él) un serio problema de humildad falsa. Tuve muchas experiencias que lo confirmaban. Casi todas fueron por las misiones que organizaban. Para ir de misiones, ya sea en semana santa o en Navidad, se necesita recolectar dinero. Para esto, el grupo juvenil organizaba boteadas en los cruceros de San Pedro para pedir dinero a las personas que pasaban. Esto les enorgullecía muchísimo: "trabajar" ellos mismos para conseguir dinero para una obra buena; rebajarse a pedir dinero en la calle para hacer la "obra de Dios". Y este orgullo iba de la mano con la crítica a otros grupos que en vez de organizar boteadas, pedían dinero a los mismos misioneros para pagar las misiones. ¿Cómo se les ocurría cobrarle a los misioneros? ¿Por qué no podían rebajarse ellos también a pedir dinero? Una vez que uno de mis amigos del grupo me hizo esa pregunta le contesté: "el dinero tiene que venir de algún lugar, o de la gente que pasa por los cruceros o de los misioneros o de alguien. El dinero es necesario ¿qué importa si lo pagan los mismos misioneros o lo botean en las calles? Ese otro grupo podría también criticarte a ti cuestionando ¿por qué botear y dejar que otras personas paguen lo que tú vas a usar? ¿por qué no haces el sacrificio completo y usas tu propio dinero para irte de misiones? A los otros misioneros que pagan su propia misión no les obligan a sacar dinero de su propia bolsa, ellos solo tiene que pagar una cierta cantidad, de dónde consigan el dinero no importa, bien pueden botear ellos también o pedirle dinero a familiares y amigos. Por lo tanto, ¿por qué los criticas?"
Otra crítica a otros grupos misioneros era que algunos de ellos dormían en camas y en lugares medio lujosos, mientras que los otros dormían en el piso de la escuelita o en el piso de la capilla a donde llegaban. Esto en primer lugar no era en el 100% de los casos (lo de dormir en camas o cuartos con lujos) pero sin embargo otra vez la pregunta quedaba, ¿qué tiene de malo? ¿en qué ayuda a la misión dormir en el piso? Muchos dirán que es una manera de ponerse en el lugar de la gente pobre a la que se va a visitar durante las misiones, pero yo lo que digo a eso es ¿por qué no utilizar lo que se tiene para hacer mejor el trabajo? Si descansas más, haces mejor el trabajo diario. No digo que solo se lleven a cabo misiones donde haya lugares donde dormir, sino que si los hay, para qué ir a dormir en el piso de la iglesia. ¿Acaso no usábamos coches todos para llegar hasta los pueblos? ¿Por qué no cuestionaban esos "lujos"? Me imagino que la respuesta era porque ellos usaban esos coches, y si ellos eran humildes no podía estar tan mal usarlos.
El tercer caso que me sorprendió del grupo juvenil fue la falta de aseo. Para ellos era esencial no bañarse en toda la semana que iban de misiones. Había que estar sucio. Parecía regla: si no estás sucio, no estás haciendo las cosas bien. Incluso hacían competencias a veces para ver quién resultaba ser el más sucio de todos, e incluso una vez supe de dos misioneros que hicieron una apuesta de que quién resultara ser el más 'limpio' al final de las misiones tendría que pagarle algo al otro. Eso fue lo más ridículo que escuché de ellos.
Una última anécdota que recuerdo, y esta casi me saca de mis casillas, fue en el trayecto de ida a los pueblos. Yo iba peinado con gel como me peinaba todos los días, y una chica del grupo me vio y me dijo que por qué estaba tan peinado si iba de misiones. Y en ese momento me empezó a despeinar. Tuve que resistir las enormes ganas de quitarle las manos y gritarle que no me tocara el pelo. Pero lo que más me molestaba era la ridícula y estúpida analogía de 'ir de misiones implica no estar peinado'. Parecía que eso fuera lo que importaba de verdad. El punto de no estar peinado en misiones es la falta de interés por la apariencia y el enfoque en la entrega de uno al prójimo, que en este caso eran las personas del pueblo al que se visita. Pero es muy diferente perder el tiempo peinándose a cada rato, porque el trabajo te despeina, a de plano nunca peinarse por el simple hecho de estar en ambiente de misiones.
Recuerdo perfectamente que un año después de esas misiones me fui con otro grupo misionero, y el sacerdote que asesoraba a ese grupo nos dio una buena regañada por no tomar las misiones con la seriedad debida, y nos advirtió: no van a llevar nada de comer, van a comer lo que les den las personas del pueblo; y si donde se queden a dormir hay regadera, ¡se van a bañar todos los días! Ese sacerdote no se andaba con tonterías que no tuvieran que ver exclusivamente con la misión. Aprendí con él que perder el tiempo enfocándose en apariencias y buscando la aprobación de los propios misioneros en vez de buscar hacer el mayor esfuerzo (aunque se escuche como cliché) sin importar que te estén viendo, es la manera más rápida de echar a perder el sacrificio que se hace.
A mí me pasó muchas veces eso de querer hacer sacrificios o favores aunque no fueran necesarios, pero con el único propósito de hacerme sentir bien, y en mi experiencia, siempre terminaban perjudicándome en vez de ayudarme. O terminaba haciendo el ridículo, o terminaba peleado con alguien, todo por querer sobresalir por mi bondad. En realidad lo que estaba dejando ver ahí era mi ego. Esa ambición por querer ser reconocido como alguien de bien. En palabras de Anthony de Mello: 'el ego engorda tanto con lo santo como con lo mundano, con la pobreza como con la riqueza. No hay nada de lo que no se sirva el ego para hincharse'. Y por eso hay que poner especial atención en el verdadero motivo de nuestros actos.
Se puede ser humilde y orgulloso a la vez. Lo que no se puede es ser humilde y soberbio, egocéntrico. Cuando lo superficial importa más que la razón de ser, gana la soberbia. Y la soberbia a la humildad, es como el agua a la madera, la deforma y la dobla, y eso se ve a un kilómetro de distancia.
Recuerdo perfectamente que un año después de esas misiones me fui con otro grupo misionero, y el sacerdote que asesoraba a ese grupo nos dio una buena regañada por no tomar las misiones con la seriedad debida, y nos advirtió: no van a llevar nada de comer, van a comer lo que les den las personas del pueblo; y si donde se queden a dormir hay regadera, ¡se van a bañar todos los días! Ese sacerdote no se andaba con tonterías que no tuvieran que ver exclusivamente con la misión. Aprendí con él que perder el tiempo enfocándose en apariencias y buscando la aprobación de los propios misioneros en vez de buscar hacer el mayor esfuerzo (aunque se escuche como cliché) sin importar que te estén viendo, es la manera más rápida de echar a perder el sacrificio que se hace.
A mí me pasó muchas veces eso de querer hacer sacrificios o favores aunque no fueran necesarios, pero con el único propósito de hacerme sentir bien, y en mi experiencia, siempre terminaban perjudicándome en vez de ayudarme. O terminaba haciendo el ridículo, o terminaba peleado con alguien, todo por querer sobresalir por mi bondad. En realidad lo que estaba dejando ver ahí era mi ego. Esa ambición por querer ser reconocido como alguien de bien. En palabras de Anthony de Mello: 'el ego engorda tanto con lo santo como con lo mundano, con la pobreza como con la riqueza. No hay nada de lo que no se sirva el ego para hincharse'. Y por eso hay que poner especial atención en el verdadero motivo de nuestros actos.
Se puede ser humilde y orgulloso a la vez. Lo que no se puede es ser humilde y soberbio, egocéntrico. Cuando lo superficial importa más que la razón de ser, gana la soberbia. Y la soberbia a la humildad, es como el agua a la madera, la deforma y la dobla, y eso se ve a un kilómetro de distancia.