Vivimos en el momento de la historia que tiene el récord de mayor número de opiniones escuchadas por el mayor numero de personas. Prácticamente cualquiera que tenga acceso a internet tiene la posibilidad de publicar sus ideas y que estas lleguen a un número de personas que era inimaginable hace un cuarto de siglo. Y sin embargo, no hemos aprendido a escuchar mejor. Claramente estar en comunicación con otras personas no es sinónimo de entablar una conversación. El emisor y el receptor parecen estar completamente negados a entender lo que se dicen. La información existe, pero todos prefieren ignorarla. Estamos en contacto, pero estamos desconectados.
Los síntomas de la desinformación son muy evidentes: sociedades divididas, pleitos entre familiares por polémicas sociales, debates sobre la garantía de derechos fundamentales a cierto grupo de personas, miedo colectivo por noticias falsas, reacciones masivas ante especulaciones, etc. Sin embargo las razones de la desinformación no lo son tanto. Si bien es fácil encontrar las fallas en la comunicación y los intereses detrás de estas, la falta de disposición de las personas por conocer la verdad es preocupante. No se trata de que haya quien quiera engañarnos, sino que muchos quieren ser engañados. Más que desear el intercambio de ideas, procuramos amplificar los sentimientos que tenemos hacia temas en especifico. Más que debatir, queremos reñir.
El debate de ideas es común desde hace milenios, y es parte importante para crear conocimiento confiable. Se debe dudar de lo que se nos dice, debemos de poner a prueba las teorías, debemos proponer nuestras propias hipótesis y dejar que el contrario también las ponga a prueba. La confrontación de ideas es buena, desconfiar de la información que recibimos es bueno, pero ¿hasta qué punto nos beneficia nuestro escepticismo? O más bien dicho, ¿en qué momento confiamos en lo que nos dicen sin ser ingenuos? A nadie nos gusta aceptar ideas que contradigan nuestras creencias, pero es peor conformarnos con nuestra ignorancia que aceptar que podemos estar equivocados. Encontrar la verdad es la meta y cuando hay tantas fuentes de información y se contradicen unas a otras, es difícil determinar cuál nos miente y cual no. A nadie nos gusta que nos engañen, y estamos tan acostumbrados a que se manipule la información que recibimos que ahora dudamos de todo. Las ‘fake news’ están de moda, pero no debemos caer en llamar a todo lo que no nos gusta ‘feas news’. Por eso debemos de intentar formar un criterio educado para no caer en discusiones absurdas. (Como por ejemplo el debate sobre si la Tierra es plana.)
Entonces, ¿cuando podemos confiar en los datos que nos muestran? cuando nuestra lógica razonada nos indique que la información que recibimos tiene sentido. No hay más. Podemos tratar de comprobar por nuestros propios medios todo lo que nos cuentan, pero ciertamente esto es desgastante y hasta imposible. Siempre debemos de mantenernos escépticos, no importa qué tan confiable sea la fuente, y someter al mismo escrutinio todas las noticias que nos lleguen, tanto las que nos gustan como las que no. Pero tenemos que tener suficiente criterio para evaluar si creemos o no en lo que nos dicen. El precio de nuestra tranquilidad mental es la falta de la certeza total. Si creemos que todo lo que sucede en el mundo es un complot de los altos mandos para controlar a la población mundial, jamás dormiremos a gusto. Recordemos que tenemos la capacidad de aceptar que estábamos equivocados cuando lleguen nuevas noticias o nuevos datos que refuten lo que creíamos anteriormente.
En tiempos antiguos se formularon teorías de la estructura del universo que eran totalmente erradas. Sin embargo el hecho de que fueran suposiciones incorrectas no afectaba las predicciones que se sugerían basadas en esas teorías. Por ejemplo, creer que el sol daba la vuelta a la tierra y no al revés, no afectaba la predicción de que el sol saldría la mañana siguiente. En la antigua Grecia, astrónomos podían predecir eclipses lunares con exactitud, sin embargo creían que la luna y el sol estaban acomodados en esferas concéntricas a la Tierra. La falta de información no los hacía menos inteligentes, solo más ignorantes. No poder comprobar sus teorías los obligaban a creer lo que proponían.
¿Qué pasaría si un griego del año 2000 AC apareciera de repente en nuestra época y comenzará a defender el hecho de que el sol, la luna y todos los planetas y las estrellas eran quienes giraban alrededor de la Tierra? Podriamos explicar la evidencia de su error: las fases de la luna, el cambio de posición de las estrellas, las estaciones del año, en fin, explicaríamos cómo hace sentido el universo según todo lo que sabemos ahora. El griego antiguo probablemente tardaría en entendernos, pero seguramente terminaría por aceptar que todas las evidencias apuntan a que tenemos la razón nosotros, y bastaría con preguntarse cómo explicaría todos los fenómenos que observamos con la teoría Geocéntrica. No podría. Al final la manera en la que se explica con contundencia los fenómenos que vemos solo hace sentido si suponemos que la Tierra gira sobre su eje y alrededor del sol.
De la misma manera, nosotros hoy en día, deberíamos de cuestionarnos lo que creemos, sobre todo cuando llega a nosotros evidencia nueva. Deberíamos, pero no lo hacemos. Y no estoy hablando de teorías sobre el funcionamiento del universo, sino de las más simples noticias que nos llegan. Sabemos a ciencia cierta que lo que se publica en Facebook o en Twitter no es digno de confianza, y sin embargo seguimos compartiendo las noticias más absurdas solo porque nos llaman la atención. Desconfiamos de la autoridad, y cuando nos muestran una declaración que confirma nuestras sospechas, sin importar si es falsa o no, la tomamos como verdadera y comenzamos a compartirla. No nos importa la verdad, nos importa que nos den la razón. No desconfiamos de nuestro conocimiento, primero definimos lo que queremos creer, y luego buscamos evidencia que justifique esa creencia. Empezamos al revés, y al hacer esto, bloqueamos lo que no queremos escuchar, y ponemos atención a aquello que nos haga sentir sabios.
El problema de la desinformación no es la falta de información, es la negación a infórmanos. Es un problema complejo, porque hay mucha gente que se beneficia con esto. Hay muchos intereses económicos en mantener a la gente ignorante, y no siempre es por tener control o poder sobre ellos, ahora es muy común que lo hagan por negocio: “¿quieres seguir escuchando que la Iglesia Católica es corrupta y malvada? Dale click a esta página y yo te doy una noticia que satisfaga tu necesidad”. No les interesa lo que pienses, o que estés bien o mal con tus juicios. Lo que quieren es tu “like”.
¿Cual es el mejor remedio para salir de ese círculo vicioso? Escuchar otras ideas; otros puntos de vista. Cuestionar las ideas propias. Verificar absolutamente todo lo que leemos o escuchamos. Poner atención en los argumentos que se usan en discusiones, no en la persona ni las credenciales de esta. Buscar diferentes fuentes. Y esto es para disminuir las posibilidades de ser engañados. Pero hay una tarea más importante, entender a las personas que tienen opiniones diferentes a las nuestras.
Una manera de desinformar a la población es inventar diferentes bandos dentro de la sociedad. Cuando logran convencernos efe que debemos escoger entre el equipo bueno y el equipo malo, siempre lograrán hacernos creer que luchamos por la causa justa y los otros solo buscan intereses personales a costa de nuestra desgracia. En vez de vernos como parte de una sociedad que lucha contra el control de unos cuantos, nos vemos como aliados de quienes nos controlan. Caemos en una ilusión que nos atrapa. Si analizamos bien esto es posible que descubramos los hilos en nuestras extremidades.
Lo más importante, a mi parecer, que debemos practicar es escuchar a los demás; de verdad escucharlos y poner atención a lo que dicen. Conocer las razones que tienen de pensar cómo piensan. El problema de hoy es que nadie quiere escuchar a otros, pero todos queremos ser escuchados. Lo que hacemos en vez de eso es buscar quién piensa igual que nosotros, encontrar razones para justificar nuestra opinión y excusas para desechar otras ideas. Organizamos grupos de Facebook para reclutar a más seguidores y sentirnos bien porque somos muchos y exigimos que se nos respete porque tanta gente no puede estar equivocada. Etiquetamos a quien no opine como nosotros, desvirtuamos cualquier cosa que digan y los culpamos de todos los males de la humanidad.
Escuchando a otros es como podemos encontrar coincidencias. Encontrando coincidencias se puede discutir sobre la mejor manera de solucionar un problema, y llegar a acuerdos. No es fácil quitarnos las telarañas mentales y aceptar que el de enfrente puede ser un aliado e incluso tener razón en lo que dice, pero estoy seguro que es la mejor manera de superar nuestras diferencias. Todos tenemos derecho a opinar lo que queramos, pero si no argumentamos con solidez nuestras ideas, no podemos esperar que nos tomen en cuenta. Si no escuchamos las razones del otro para pensar lo que piensa, nunca podremos contrastar las ideas. Y si creemos todo lo que nos dicen solo porque suena bien y va acorde a nuestra ideología, perdemos completamente nuestra capacidad de formar un juicio propio, para terminar pensando como a otra persona le conviene que pienses.