El reflejo en The Catcher in the Rye

Hace algunos años encontré en EBay una copia de la primera edición de The Catcher in the Rye de J.D. Salinger, de 1951, la compré de inmediato. Aparte de ser uno de mis libros favoritos, muy famoso desde que se publicó, se puede considerar un nuevo clásico. El personaje principal, Holden Caufiled, es reconocido por casi cualquier persona que sepa de literatura universal. Esa copia la guardo como un tesoro.

Leí la novela por primera vez en el 2010 sin esperar mucho. En ese entonces había comprado varios clásicos de la literatura para aumentar mi historial cultural. Uno identifica los clásicos más por lo que se dice de ellos que por lo que se conoce de primera mano, así que decidí arreglar eso e incluir de tanto en tanto un clásico en mi lista de lectura.

No resultó como yo esperaba, no por ser clásicos significa necesariamente que sean del gusto personal de todo mundo, aparte de que algunos eran muy antiguos y en la época en la que fueron escritos usaban estilos a los que yo no estaba acostumbrado, así que pronto me fui arrepintiendo de mi propio encargo y dejé de comprar ese genero. Pero me quedaban algunos, incluido The Catcher in the Rye, y eventualmente decidí darle una oportunidad.

Sabía muy poco de esta novela: el personaje principal era antihéroe, había sido a la vez uno de los libros más censurados y más asignados en escuelas de Estados Unidos, que era visto como un llamado a la rebelión, y que el asesino de John Lennon había leído algunos versos de esta novela en el momento del asesinato. Nada de eso aumentaba mi interés. Pero comencé a leer y no pude parar hasta terminarlo. Me gustó muchísimo; terminando fui a buscar ensayos que examinaran a profundidad la novela. Quería encontrar material que alargara mi experiencia con ese libro.


Lo que más me impresionaba era que la historia fuera tan sencilla: un muchacho recorre varios puntos de Nueva York después de ser expulsado de su escuela. El personaje principal, efectivamente un antihéroe, no solo era de lo más normal, sino que a veces se mostraba odioso, perdedor; incluso como un cretino. Pero al mismo tiempo, siendo también el narrador de la historia, vemos un lado comprensivo, autocritico y hasta altruista. En sí es un adolescente tan normal que cualquiera se puede identificar con su actitud.

Una ventaja mía, creo, es que tenía 27 años al momento de leerlo. Ya había pasado por esa etapa de inmadurez extrema (seguía sin madurar, claro), y pude evaluar mi comportamiento de ese entonces comparándolo con el de Holden Caufield. Tal vez si lo hubiera leído en prepa no me hubiera impactado tanto y hubiera negado tener algo que ver con ese personaje tan antipático. Pero con la distancia de la edad, mi experiencia fue de reconocimiento, aunque rechazo, de ese personaje si bien agrio, también incomprendido por la sociedad a la que pertenece.

Unos meses después, todavía en 2010, lo volví a leer. Quería saber si era tan bueno en una segunda leída, o había sido el factor sorpresa lo que le daba la ilusión de obra maestra. Pero mi gusto aumentó. Efectivamente era uno de las mejores novelas que había leído. Lo comentaba con quien estuviera dispuesto a escucharme y busqué mercancía relacionada con el título, algo que no me sucedía desde que le había agarrado cariño a El Principito. Años después encontré la edición original en EBay.

Después de 12 años de recomendárselo a quien me preguntara por un título qué leer, volví a tomar mi copia y lo leí por tercera ocasión el mes pasado. De nuevo disfruté la odisea del buen Holden, con la diferencia que en esta ocasión pude identificar por qué me gusta tanto esta novela.

No tiene qué ver con la rebeldía de Holden, con sus disparatadas ideas o con sus nobles intenciones. No son las citas citables que te hacen reflexionar, o la originalidad del relato. Lo que me atrae del libro es reconocerme en los sentimientos del personaje. No es la situación con lo que me identifico, sino la reacción del narrador. La repulsión que siente hacia algunos personajes (muchos) que le parecen hipócritas, o la perdida de interés por la chica que muestra interés por él. La frustración de sentirse estafado hasta romper en llanto, o el desconcierto cuando siente su privacidad violada por un adulto con intenciones dudosas. Durante toda la novela J.D. Salinger crea el ambiente justo para que sintamos lo que proyecta Holden. Su forma de ver el mundo puede ser absurda, tanto que cae en lo cómico, pero la manera en que se expresa de otras personas revela quién es por dentro, y creo que todos los que nos identificamos con el personaje, en algún momento de nuestras vidas (seguramente durante nuestra adolescencia), tuvimos esas sensaciones; quisimos ser importantes, evitar el ridículo, dejar todo e irnos a un lugar lejano donde nadie nos conociera para volver a empezar, creímos que no éramos falsos ni mojigatos aunque tal vez lo fuimos. Pero al final sabemos que teníamos buenas intenciones; que los errores que cometimos no fueron por mala voluntad. Simplemente éramos jóvenes inmaduros; más ecuánimes que otras personas, más tontos que muchas otras, pero al final tratando de descubrirnos.

Eso es lo que hallé en esta tercera visita a este apreciado libro. Pienso que por eso me costaba tanto explicar qué hacía tan especial a The Catcher in the Rye. Anteriormente, cuando me preguntaban, contestaba que eran los personajes y la manera en que el narrador se expresaba de ellos. Lo divertida que era la novela. El desenlace satisfactorio o la "redención" de Holden. Pero no era nada de eso. En realidad era la manera en que te hace caer en cuenta de quiénes fuimos; como ir excavando sin saber lo que encontrarías para luego encontrarte a ti mismo. Un espejo donde vi mis sentimientos.