La galleta que no te corresponde

Cuando estaba chico, mis papás nos compraron a mis hermanas y a mí una caja de galletas muy ricas que no eran baratas. La caja tenia diez galletas, por lo que mis papás decidieron repartirlas entre los cuatro hermanos y la amiga de mi hermana que ese día estaba con nosotros. Le tocaban 2 galletas a cada quien. Yo me comí una y dejé otra para después, pero cuando regresé, alguien se había comido mi galleta. Me enojé muchísimo. Primero por perder mi galleta, pero también porque no podía entender quién se podía haber confundido: eran dos galletas para cada quien, si ya te habías comido dos galletas y encontrabas una más, obviamente no era tuya. Para mi mala suerte, fue la amiga de mi hermana la que se había comido mi galleta, pensando ilógicamente que alguien había decidido dejar su galleta a alguien más. Yo no cabía de coraje. ¿Por qué alguien haría eso? Si estabas tomando más de lo que te correspondía, lógicamente alguien se iba a quedar sin su parte. Lo peor del caso es que el tema resultaba cómico para todos, menos para mí, obviamente. Ella se había comido tres galletas y yo sólo una. 

En ese entonces no podía entender por qué alguien tomaría un beneficio que ya habían recibido sabiendo que eso significaba negárselo a alguien más. Y la verdad es que sigo sin comprenderlo. Por más que me lo explican como ambición, egoísmo, deshonestidad, vida fácil, etc. no puedo entender que sea tan normal en nuestra sociedad que la gente le quite a otros, no para tener algo, sino para tener más. “Ya comí, pero quiero más, quédate tú con hambre para poder saciar mi apetito como yo quiero."

Y no estoy hablando del dinero bien habido, ni del socialismo idealista. Hablo de los abusivos, de los que no se van del hotel sin llenar sus bolsas con champús y jabones del carrito de las camaristas. De los gandallas. De los que no dejan pasar la oportunidad para aprovecharse de alguien más. Y antes pensaba que solo se trataba de los políticos y los empresarios. Claro, siguen siendo los ejemplos más representativos de este tipo de gente. Pero me he dado cuenta que son mucho más comunes de lo que pensaba. De hecho, parece ya que nuestra sociedad se basa en esta práctica, que aunque se ve en todas las capas sociales, sorprende ver a la gente de clase media-alta aprovecharse de quienes batallan para tener una vida digna. 

Como ejemplo, conozco a una pareja que acaba de construir su casa. Si bien no es una casa de millonarios del tipo de Garza Sadas o de Zambranos o Maizes, es una propiedad que pocas personas en este país se pueden dar el lujo de comprar. Y ya cuando una persona te empieza a exigir respeto y cuidado porque su horno de pizzas le costó 30 mil pesos y su cocina… “no sabes cuánto le costó”, y si le rayas el mármol no vas a tener suficiente dinero en tres años para reponérselo, pues esperarías que cuando le piden a tu eléctrico que se quede a trabajar horas extra para instalar lámparas, contactos y apagadores, le pagara lo que cuesta cada uno de los trabajos realizados; pero en vez de eso le regatea. Si le habían cobrado siete mil pesos por tooooodos los trabajos que le pidió que hiciera, la pareja esta le dijo: no, yo creo que bien pagado tu trabajo vale tres mil quinientos pesos. Y todavía mi eléctrico le dice que no se va a pelear por dinero, que le pague cuatro mil pesos y ahí la deja. La pareja de esposos, que primero piden todo lo que quieren y luego rebajan el precio a la mitad, con una cara dura le dice 'ok te pago eso'. 

¿No gastaron millones de pesos en lujos? ¿Por qué le regatean al pobre? Claro que cuando le pregunté a mi eléctrico por qué había aceptado eso, lo único que me dijo fue: así ya no tengo que ir otra vez a esa casa. ¿Pero por qué tenemos que ser así? Cada vez más, en Monterrey, y en general en México, nos estamos haciendo una fama de pichicatos. De abusivos explotadores. Nos quejamos de cómo tratan a los mexicanos en Estados Unidos, pero yo pienso que nos tratamos peor entre nosotros. 

Hay hechos que duele saberlos, y aunque los tratemos de ocultar no los podemos negar, porque los vivimos. El año pasado leí un libro sobre la defensa de la ciudad de Monterrey frente al ejercito estadounidense en 1846. Me dio vergüenza leer cómo los generales gringos obligaban a sus tropas a pagar justamente lo que consumían mientras pasaban por nuestro país. Los mismos soldados gringos decían que los mexicanos estaban muy contentos de tenerlos ahí, porque sus compatriotas no pagaban justamente lo que les quitaban, y el ejercito mexicano obligaba a los mercenarios a donar sus bienes. ¿Cómo no vas a preferir al invasor en esos términos? ¿Cómo defiendes a tu país cuando en tu propia ciudad tus clientes aprovechan cada oportunidad para que paguen un peso que ellos deberían estar pagando? Se vuelve un juego de ‘a ver quién se chinga a quién’. Y es un juego muy desgastante.


Si aceptáramos pagar lo justo cuando recibimos un bien o servicio, y cobrar lo justo cuando ofrecemos un bien o servicio, creo que viviríamos vidas con menos estrés. Pensar que todos te quieren picar los ojos te vuelve muy paranóico. Y me rehuso a pensar que “así somos”. Creo que este tipo de ‘cultura’ es la que no debemos de escoger.