a mí no me digas

Los mexicanos somos muy inmaduros. Nadie nos puede decir qué hacer y qué no hacer porque hacemos lo contrario. Nos molesta que nos prohiban hacer algo aunque sepamos que no está bien. Nos sentimos ofendidos cuando alguien nos aconseja evitar malas prácticas porque ¿qué autoridad tienes tú para decirme qué debo o no debo hacer? Incluso bajo advertencia de posibles consecuencias de nuestros actos nos rehusamos a escuchar a quien nos quiera ordenar. 

No logro entender la razón de este comportamiento. Será tal vez que nos sentimos todavía agredidos por nuestra larga historia de lucha para ser independientes, primero de España, después de Francia, luego de Estados Unidos, que ahora cualquiera que nos quiera educar o cambiar nuestros malos hábitos los tachamos de opresores. Será tal vez que nos gusta llevar la contra, o tal vez que nos gusta molestar a los demás y luego hacernos las víctimas cuando nos reclaman nuestra actitud. Cualquiera que sea el motivo, creo que nuestra necedad pueril nos mete en muchos problemas y nos quita mucha autoridad moral. Vemos las reglas como una imposición autoritaria en vez de verlas como lo que son, guías para la buena convivencia entre personas. 

Recuerdo una vez que mis amigos y yo fuimos de vacaciones a una playa y rentamos un departamento lujoso. Eramos nueve personas en un penthouse de dos niveles. Cuando llegamos a los condominios nos mostraron nuestro departamento y nos dieron una serie de limitaciones que debíamos respetar al aceptar el contrato: no podía entrar al condominio nadie que no estuviera registrado, no se podia fumar en el interior del departamento y no podíamos tener música con volumen alto después de cierta hora. Estuvimos de acuerdo, claro, para poder entrar al lugar. No hace falta decir que rompimos todas las reglas que nos pusieron y nos corrieron. Pero cuando nos fuimos, nos fuimos indignados. Cómo era posible que no nos dejaran fumar, ni invitar a gente ni tener música en la noche; eran nuestras vacaciones después de todo. Era increíble que nos trataran así. 

Por supuesto que lo que era increíble es que nos quejaremos por sufrir las consecuencias que nos dijeron que iban a suceder. Todavía me acuerdo de ese episodio y me da vergüenza. Nuestra actitud fue de niños tercos y chiflados. Lo bueno es que no había nada que hacer, nos corrieron y nos tuvimos que ir; no hubo ninguna injusticia, y para mí era importante que se aprendiera algo de esa situación. O aprendes a obedecer las reglas o no tienes derecho a participar.

Ahora sucede que desde hace varios años hemos estado utilizando un grito muy particular en los juegos de fútbol cuando el portero del equipo contrario despeja el balón desde la portería. El grito ya se hizo muy famoso y lo utilizamos en todos lados, especialmente cuando la selección mexicana juega contra la selección de otro país. Pero ya tomó acción la directiva de la FIFA para evitar que sigamos utilizando este insulto en cada partido. Y obviamente ya salimos los mexicanos a indignarnos por la opresión del sistema y a rebelarnos contra la autoridad. “No nos van a callar y no estamos insultando a nadie”.  Ya nos amenazó la FIFA con sanciones a la selección si esto continúa, pero a nosotros no nos importa, primero está la defensa de nuestra "libertad de expresión" y nuestras "derecho" a hacer lo que queramos, y luego ya nos quejaremos de la injusticia de la sanción que nos advirtieron que llegaría si seguíamos con nuestro grito célebre. Creemos que gritar ¡PUTO! en un estadio es parte de nuestra cultura, y la cultura hay que defenderla. 

Aquí es donde viene la poca inteligencia que tenemos como personas. ¿De verdad es

importante para nosotros gritar ‘puto’ en los partidos? Lo admito, es divertido y dan ganas de hacerlo, pero ¿de verdad no podemos aguantarnos las ganas aunque perdamos algo a consecuencia de esto? En lo personal a mí no me parece una falta tan grave este grito. Me parece más una porra que un insulto, y no creo que no haya delitos más graves que perseguir en la FIFA que este, pero ese no es el punto, el punto es que nos están diciendo que dejemos de hacer eso y nosotros no tenemos una razón lógica y coherente para seguir haciéndolo más que el hecho que nos fastidia que nos prohiban algo que nos gusta hacer. En realidad me sorprende la facilidad con la que logran que nos empecinemos por una razón tan ridícula. 

Hay batallas que no vale la pena combatir. ¿Qué ganamos gritando ‘puto’ en el estadio? Nadie piensa que es una ventaja hacer eso. En nuestro vocabulario sigue siendo una mala palabra, un insulto. ¿No nos importa quién escuche esa palabra, aunque sean niños, niñas, señoras mayores? Si somos objetivos, es mejor no gritar esa palabra que hacerlo. ¿Por qué nos encaprichamos en seguir gritándolo? Ya ni siquiera es por decencia, por buena conducta o por educación. No. Ya es por evitar que nos sancionen. ¿Aun así creemos que es más importante eso que la sanción? De verdad que me da vergüenza ver cómo algo tan estúpido nos toca fibras sensibles. 

Pero que no fuera otro país gritándonos algo similar a nosotros porque ahí sí, nos indignamos y ponemos el grito en el cielo. Que no sea un cantante diciendo que las mexicanas son feas; que no sean unos conductores de televisión (con su altísima respetabilidad) diciendo que los mexicanos somos flojos. Que no sea el jugador más nefasto de fútbol diciendo que prefiere besar a un perro antes que a una mexicana, porque ahí sí agarramos nuestros palos y sartenes y nos vamos a la guerra. ¿Cómo creen que nos vemos ante otras naciones con esta actitud tan infantil? Nos vemos ridículos, esa es la respuesta. ¿Será que queremos sobresalir a como de lugar? ¿Y como no podemos en ámbitos importantes aprovechamos lo que sea para llamar la atención? Ya desde hace varias Copas del Mundo nos enteramos de algún mexicano que quiso sobresalir por romper alguna regla del lugar, y se metió en problemas ¿no les parece deplorable? 


Tenemos tantas tradiciones hermosas en nuestra cultura que me sorprende que defendamos la peor. Tenemos un día de muertos que ha perdido tanto contra el halloween y contra ese no veo el nivel de indignación que se ve cuando defendemos el ‘puto’. Tenemos artesanía de altísima calidad que compramos barato porque no creemos que los indigenas se merezcan nuestro dinero, pero compramos caro, al precio que nos digan, la moda de Estados Unidos y Europa, hecha en Mexico y Asia. Tenemos café delicioso en los pueblos más humildes, pero compramos “café”, preparado y endulzado con los peores productos, a un precio tan alto que da risa ver a la gente formada ansiosa por tirar dinero. Pero eso sí, que nos dejen gritar PUTO en el estadio, o nos vamos a enojar.  

berrinche
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