La noche triste medio milenio después


1520.

Cortés mantiene a Moctezuma preso. Tratando de calmar los ánimos de los mexicas, que comenzaba a levantarse en armas al ver a sus líderes prisioneras de los españoles, le pide al tlatoani que salga a tranquilizar a su pueblo. Moctezuma es asesinado por la multitud enfurecida; al salir al balcón, su propia gente desconfía de su lealtad. Hernán Cortés y sus soldados, acorralados, deciden que deben huir. Blas Botello, un astrólogo (adivino), convence a Cortes que la noche del 30 de Junio es el día que deben fugarse o de lo contrario todos morirán; Cortés lo escucha y planean la retirada.

Tenochtitlán no está conquistada, no está sometida. Los españoles que acompañan a Cortés tienen ya joyas y oro, pero no han logrado su objetivo. Por miedo a perder la riqueza de la que ya se habían hecho, huyen con ella, y es por ella que encuentran la muerte. Las joyas y las armaduras pesan demasiado y dificultan la huida. El terreno está rodeado de agua; el estrecho camino que recorren es una trampa mortal para los avaros. Los guerreros locales los persiguen, los alcanzan y los matan. Hernán Cortés logra escapar, pero al ver que pierde a la mitad de su ejercito, llora. 

Quinientos años después nos encontramos en un país dividido, tan dividido como el territorio en 1520. Españoles aliándose con enemigos de los mexicas para conquistar su gran ciudad. Mexicas desconfiando de su líder por salir a dialogar con ellos. El líder español escuchando al adivino sobre la mejor fecha para escapar de la furia del pueblo. Soldados prefiriendo la muerte antes que perder sus joyas robadas.

Hoy ya no somos un conjunto de pueblos en guerra. Somos un país buscando reconciliación entre sus habitantes. Desconfiamos del tlatoani. Linchamos a los contrarios. Preferimos la muerte antes de perder nuestras joyas (robadas o no). Atendemos a quienes nos dicen lo que queremos escuchar, aunque no tengan sustento sus palabras. Permanecemos divididos; casi queremos delimitar territorios y separarnos en pueblos independientes. 


La guerra y la sangre que nos hizo un solo pueblo, rico en cultura y tradiciones, parece no importarnos, porque no hay confianza en las intenciones del que tenemos a un lado. Y nos hundimos con nuestras armaduras. Cómo no llorar.

No hay comentarios: