Una vida plena

“Si alguien ama una flor de la que existe solo un ejemplar en millones y millones de estrellas, basta que las mire para ser dichoso.” - El Principito

Ya lo decía Séneca hace como dos mil años: No tenemos escaso tiempo, sino que perdemos mucho. No recibimos una vida corta, sino que nos la hacemos. Y así es. La vida no es corta, la vida es tan basta como nos alcanza nuestra propia razón. El tiempo se consume a pesar de nuestros mejores deseos. Ya sea que estemos durmiendo o trabajando, o corriendo o danzando, el tiempo pasa. Pero si ponemos atención, el tiempo rinde más. La misma flor que ayer estaba y hoy no está, para alguien fue perfume y color, y para otros ni siquiera fue. Si no disfrutamos y aprovechamos el tiempo que tenemos, bien pudiéramos no tenerlo y sería lo mismo.

No tiene caso guardar tiempo para después, como si pudiéramos congelarlo mientras se hace algo más; el tiempo no se recicla, se escapa entre las manos y nunca lo volvemos a ver. Nosotros no gastamos el tiempo, es el tiempo el que nos desgasta a nosotros. De nada sirve encender una vela para después salir del cuarto. Y tampoco nos sirve una vela nueva si nunca nos atrevemos a encenderla. En ambos casos, la vela se desperdicia. En ambos casos nos negamos la luz. 

Pasó un año ya desde que se apagó tu brillo. Y entre más pienso en ti, más me doy cuenta de que tu tiempo con nosotros bastó para que dejaras una hermosa marca que llevo a todos lados. La manera que viviste tu vida fue una lección que poca gente puede instruir. La fuerza que mostrabas, a pesar de tu delicado cuerpecito, me hacía sentir tan humilde que me obligaba a reflexionar si yo hubiera soportado eso, si yo hubiera aprovechado, como tú, cada segundo. 

Ahi es donde estás ahora. No hay momento de duda en el que no piense en ti y me hagas cambiar mi actitud. No hay alegría que no se acreciente al pensar en ti. Haces que cada momento tenga una energía especial, porque pienso en ti y me esfuerzo por disfrutar como tú lo hubieras hecho. Recuerdo tu risa, tu sencillez, tus palabras amorosas que me decías, los juegos que te gustaban, y mi vida se vuelve más hermosa. Mis segundos se vuelven más valiosos. Recuerdo que no estas conmigo y me nace el ánimo para gozar cada instante que estoy viviendo. Cada malestar que tengo que soportar se vuelve ligero, porque tú me enseñaste que no es tan grave; que no vale la pena desgastarse con pequeñeces, porque tengo tiempo, tengo vida. No hay manera de que no me duela un poco tu recuerdo, pero aprendí de ti a convertirlo en amor. 


Esa eres tú. El ejemplo de carácter, de valentía, de entusiasmo, hasta el final. Por ti aprendi a estar tranquilo con mi conciencia. Por ti tengo los brazos abiertos a la muerte. Por ti siento alegría de saber que si este fuera mi último momento, no sentiría pena de dejar la vida, porque la hice valer. Eres tú, Constancita, mi gran ejemplo de amor por la vida. Tengo la esperanza que sea lo que sea que me quede de vida, me alcance para que se parezca al menos un poco a la tuya, sin desperdicios, llena de amor, llena de pasión, plena. Desde hace un año ya no eres la niña hermosa que conocí; eres amor puro en mi corazón.